Kervin Fabián Arriaga: El error de no entender el valor de pertenecer

Kervin Arriaga con el Partizan. Foto cortesía
Madrid, España. (HSI) - La noticia de que el Real Zaragoza no ejecutará la opción de compra de Kervin Arriaga, pese a su buen rendimiento y condición de titular indiscutible durante gran parte de la temporada, ha generado sorpresa y cierto desencanto en la afición.
Hemos conversado con Roberto Morales, periodista radicado en España y quien trabaja para TVC.
Aquí su opinión de esta caso:
El motivo, según se ha sabido, no tiene que ver con lo deportivo, sino con lo económico: el alto costo de su traspaso sumado a las exigencias salariales del jugador hace inviable su continuidad en La Romareda. Y aunque en los despachos se entienda como una decisión lógica, desde el punto de vista emocional y humano, es inevitable pensar que estamos ante una oportunidad perdida… quizás para ambas partes.
Arriaga llegó a Zaragoza sin hacer demasiado ruido, pero con el paso de las jornadas se fue ganando un sitio en el once inicial. Su entrega, su polivalencia y su conexión con la grada lo convirtieron en uno de esos jugadores que no solo rinden dentro del campo, sino que también construyen identidad.
Kervin Arriaga: "hoy estoy mentalizado con la selección, luego de lleno con el club".
La Romareda, tan exigente como noble, supo reconocerle su compromiso, y el futbolista respondió con actuaciones sólidas y una actitud siempre profesional. Por eso, cuesta entender que un jugador que ya tenía lo más difícil —un lugar fijo en el equipo y el cariño de la hinchada— haya priorizado un aumento salarial por encima de la estabilidad en un club y una ciudad que claramente lo adoptaron como uno de los suyos.
¿Es legítimo que un futbolista quiera ganar más? Por supuesto. La carrera de un profesional del fútbol es corta, y nadie puede cuestionar que busque asegurar su futuro económico. Pero también hay momentos clave en una trayectoria donde no todo se mide en euros. Arriaga estaba en una situación privilegiada: titular en un equipo histórico, con un proyecto en construcción, en una ciudad que lo había acogido con los brazos abiertos y donde todavía tenía mucho por crecer.
En ese contexto, ajustar su salario para facilitar su permanencia habría sido un gesto de compromiso, no una pérdida.
La vida del futbolista profesional no solo se mide por los ceros en la cuenta bancaria, sino también por el legado que deja, por los estadios donde se le recuerda con cariño, por los vínculos que se forjan con la gente y por la estabilidad que se alcanza tanto dentro como fuera del campo. Arriaga tenía eso en Zaragoza. ¿Lo tendrá en su próximo destino? Quizás sí, pero es difícil encontrar esa combinación de confianza técnica, respaldo popular y espacio para crecer que encontró en La Romareda. Y es todavía más difícil encontrarla dos veces.
Desde el club, la decisión parece acertada si se considera la limitada capacidad económica de un Real Zaragoza que sigue navegando las aguas de la Segunda División, con aspiraciones legítimas pero también restricciones claras. Gastar más de lo que se puede en un solo jugador, por bueno que sea, no es sostenible. El fútbol de hoy exige cabeza fría en los despachos, aunque a veces eso implique tomar decisiones dolorosas.
Real Zaragoza y Kervin Arriaga terminan su relación.
Pero para Arriaga, esta historia puede convertirse en una lección que le acompañe el resto de su carrera. Porque cuando un jugador conecta con una ciudad, un club y una afición, está ante un bien intangible que pocos pueden darse el lujo de despreciar. Renunciar a eso por una cifra superior - pero quizás no descomunal - puede acabar siendo un error más grande que el de un club que, simplemente, no puede pagar lo que no tiene.
La afición del Real Zaragoza, noble y pasional, sabrá pasar página. Lo ha hecho muchas veces. Pero no olvidará que Arriaga tuvo la opción de quedarse, de consolidarse como uno de los suyos, y que eligió otra cosa. ¿Más dinero? Tal vez. ¿Más fútbol? Eso está por verse. Porque el fútbol, como la vida, también premia a quienes saben entender cuándo están en el lugar correcto.
Y ese lugar, para Arriaga, era Zaragoza.