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De sobrevivir en la guerra en África a luchar por los refugiados en los Olímpicos

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Fernando VergaraBuenos Aires, Argentina. Popole Misenga y Yolande Mabika escaparon de África, de Congo para ser exactos inmersos en la guerra más sangrienta de la historia africana; refugiados en Brasil, La Nación habló con los judocas que tienen grandes chances de ser elegidos por el Comité Olímpico Internacional para competir en la cita de Río 2016

«Yo represento al mundo. Voy a combatir y a ganar una medalla en los Juegos Olímpicos: será para todos los refugiados y para cambiar mi vida». El judoca congolés Popole Misenga habla en el Instituto Reação de Jacarepaguá, Río de Janeiro, donde una de sus paredes inmortaliza una frase del escritor portugués Fernando Pessoa: «El hombre es del tamaño de sus sueños». De tanto en tanto, resulta complejo entreverar los sueños con alguien que tiempo atrás escapó de la guerra y de la muerte. Afortunadamente, acá se pueden encontrar excepciones. Misenga dialoga con La Nación exhibiendo esa extraordinaria capacidad de recuperarse frente a la adversidad para seguir proyectando el futuro, conocida como resiliencia. Junto con su amiga Yolande Mabika, los judocas congoleses forman parte de los 43 atletas que el Comité Olímpico Internacional tiene en carpeta para participar de Río 2016 en condición de refugiados. Se confirmará en junio, pero ambos tienen enormes chances. Hace algunos días, firmaron en la sede del Comité Olímpico de Brasil una carta de intención para participar del programa Solidaridad Olímpica.

-Escapan de la delegación y no regresan a África-

«Vi demasiada muerte, mucha guerra en África», cuenta Popole, el deportista de 24 años que nunca regresó a la República Democrática de Congo: allí el conflicto armado mató su madre e hizo desaparecer a su hermano. Con Yolande, en 2013 vislumbraron la oportunidad de escapar y en medio del Mundial de Judo de Brasil nunca más volvieron al hotel en el que se alojaban. «Todos los sufrimientos que pasamos en nuestro país se terminaron al llegar a esta tierra», asegura Mabika.

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Provenientes de África, pero ciudadanos del mundo. Foto Rio2016

En los últimos 20 años, el conflicto en Congo mató a más de cinco millones de personas y dejó a otros tres millones sin hogares. Los judocas provienen de Bukavu, en el este de su país, una de las zonas más afectadas por la guerra más mortífera en la historia de África. «Me escapé de mi ciudad cuando tenía nueve años. Entré en un barco en Kisangani y fui a la capital, Kinsasa. Estuve ocho días solo, en la selva, perdido. Llegué a un centro de refugiados y ahí comencé a aprender judo» relata Misenga. Luchar para vivir -o sobrevivir-, literalmente. «Todo el día escuchábamos tiros, granadas. Logré subir a un avión militar que iba a la capital, aunque las condiciones en el centro de refugiados también eran complejas» cuenta Mabika. No había absolutamente nada que les asegurase seguir a salvo. «Incluso en Kinsasa, los militares sólo quieren algo: matar», agrega Misenga. Vale el dato: un estudio de Naciones Unidas indica que la expectativa de vida en ese país es de 51 años para las mujeres y 48 para los hombres.

En la actualidad, los judocas viajan al Instituto tres veces por semana, dos horas de ida y otras dos de vuelta para entrenarse con el equipo olímpico local, bajo la tutela de Geraldo Bernardes. El lugar que les abrió sus puertas es una ONG capitaneada por el medallista olímpico brasileño Flávio Canto, figura del judo nacional. Bernardes comandó al equipo de judo de su país en cuatro Juegos, entre Seúl 1988 y Sídney 2000. Los africanos tuvieron que adaptarse a las tradiciones de un país que consiguió 19 medallas olímpicas en esta especialidad. «Cuando llegaron no entendían la diferencia entre competir y practicar, iban siempre a fondo. Nuestros judocas se quejaban», explica el veterano entrenador. Inconscientemente, eran agresivos, no regulaban. La reacción tiene una explicación: en Congo, las derrotas siempre fueron acompañadas de castigos que incluían encierros con dos o tres días sin comer. Con suerte, algún amigo lograba alcanzarles agua. «Aquí tienen que traer medallas», era la sentencia. Vivir en Kinsasa se hacía insostenible. «Sentía que no podía ir a una competencia olímpica bajo las condiciones que imponía Congo. Ahora, los Juegos de Río podrían cambiarme la vida», sueña Mabika, de 28 años y con 18 de ellos sin ver a su familia. Más de la mitad de su vida la vivió sin tener noticias de sus seres queridos. Extraña a sus cuatro hermanos: «No sé si están bien, si están vivos».

Libres de la tiranía del gobierno de su país en África, la adaptación en Brasil no fue sencilla. En los primeros dos años, sobrellevaron una situación cercana a la indigencia, con empleos parciales o subempleos. La judoca trabajó limpiando máquinas de cortar verduras y Misenga como auxiliar de carga de camiones. Hoy, este simpatizante de Flamengo vive en la favela Brás de Pina con su esposa Fabiana -actualmente desocupada- y tienen un bebé de un año, Elías. ¨Popole es cariñoso y muy tranquilo¨, describe la mujer. Mabika, en tanto, todavía depende de la hospitalidad de amigos. Para todos ellos, llegar a fin de mes es una odisea: apenas tienen para pagar las cuentas. Sus sueños también abarcan la posibilidad de mudarse a zonas más seguras de la «Cidade Maravilhosa».

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Escaparon de la muerte en África y ahora buscan estar en Rio 2106. Foto Rio2016

Thomas Bach, presidente del COI, confirmó que habrá 207 equipos presentes en los Juegos: 206 representarán a sus respectivos países, mientras que el último será posiblemente el más especial de todos, conformado por entre 5 y 10 deportistas refugiados. «Buscamos que la atención del mundo se centre sobre ellos», prometió Bach. Misenga deja su mensaje: «Quisiera darles coraje a todos los atletas que sufrieron el horror, que no abandonen. Estamos todos juntos».

Para Misenga y Mabika, el deporte se transformó en su método de supervivencia en un ambiente terriblemente hostil. Un vehículo que les permitió escapar de la muerte y la violencia en África y que se convirtió en su pasión y en su identidad. «Lo más importante de los Juegos Olímpicos no es ganar sino competir, así como lo más importante en la vida no es el triunfo sino la lucha. Lo esencial no es haber vencido sino haber luchado bien» reza el credo olímpico, que parece tallado a la medida de estos atletas. Obtengan medallas o no, la cuestión es simple: ellos ya ganaron.

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