Oslo, Noruega. (EFE) – Noruega lo intentó, pero tuvo que rendirse a la evidencia. Alemania es mucha Alemania, hasta de visitante. Los de Löw dominaron el partido de principio a fin y anularon completamente a Noruega.
Desde el primer minuto estaban claros los planteamientos de ambos equipos. Posesión, toque y circulación del balón por parte de Alemania; presión intensa y aprovechar los errores del rival era el plan noruego.
Pero hacer fallar a una máquina perfectamente engrasada como es la Alemania de Löw es difícil, aunque no imposible. De hecho, la táctica funcionó en un par de ocasiones, por parte de King.
Presionó en la primera a Hummels, irreconocible hoy, y en la siguiente jugada se sacó un zapatazo desde la frontal que se marchó por poco por encima del larguero.
Pero eso fue todo lo que hizo Noruega. O, mejor dicho, lo que Alemania le dejó hacer. Porque los germanos dominaron el partido de principio a fin y no estaban dispuestos a dejar que el rival jugara a nada.
Sin embargo, por ese afán de hacerlo bonito y meterse hasta la cocina con el balón jugado, el gol tardó en llegar. Tardó, por decir algo, ya que fue en el 15 de la primera parte. Pero la superioridad germana era tal que resultaba extraño que el 0-0 hubiese aguantado tanto tiempo.
Müller abrió el marcador y Müller lo cerró. Y, además, dio la asistencia en el segundo gol, obra de Kimmich.
Noruega pensaba que se iría al descanso con un sólo gol en contra, algo levantable, pero Kimmich con el tiempo casi cumplido, anotó el segundo.
Fue un mazazo para los locales, que no se recompusieron del golpe. La segunda parte fue un monólogo alemán, y sólo tras el tercer gol Noruega jugó a algo. Y no por méritos propios, sino porque Alemania se dejó llevar.
Noruega dio la cara, pero poco más. No es su liga, como se suele decir. El objetivo es ser segundo e ir a la repesca a lo sumo. Alemania está a otro nivel y lo sigue estando.
